1 Δεκεμβρίου 2009

A UN MONASTERIO GRIEGO

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A UN MONASTERIO GRIEGO

Más que el amor que un día me cediste,
te pido, ¡oh Providencia!, que me lleves
a aquel rincón que guarda entre tus brazos
la indolencia divina. En el Himeto,
de incansables abejas coronado,
yace el ruinoso caserón, cual nido
de lagartijas; claros olivares
pardean sus declives en vetustas
ramas de cenicientos esplendores,
y pegados al muro de la casa
frescas higueras arden con oscuras
constelaciones. Cálido, el incienso
trae su sopor al eco de las puertas,
donde un asnillo puede detenerse
largas horas de paz, mientras descargan
rancio vino de frágiles alforjas
y los privilegiados ruiseñores
trinan en los cipreses. Vida, ¡oh vida,
cual manantial del agua en esos cercos,
vieja y sabia manando sus promesas
de libertad! Allí estaría Adonis,
besado por la errante pecadora;
allí, llorando un día bajo el cáliz
de su ilusión, el hijo de los dioses
se despide, temblando, de la tierra…
lágrimas, besos, zonas seductoras
que me han dado la esencia de mí mismo,
aquí como en un lírico sosiego
funden sus ansias. Monjes venerables,
¿quiénes son allí dentro paseando
la celestial nostalgia de la tierra,
más que sabios o reyes, dueños vivos
de la gentil fugaz concupiscencia?
Soberano dominio en que enaltecen
la imagen inmortal de lo creado.
Volver quiero donde es posible
mecerse en el ascético deleite
de la hermosura; allí quiero entornarte
mundo de mi pasión, cual si una siesta
fuera a dormir en pleno mediodía.

Juan Gil Albert (España, 1904-1994)

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